Esta es la crónica del trámite de la visa a Estados Unidos, por parte de una familia paisa que esperó dos años para que llegara el día de la cita. Una megacarpeta llena de documentos es la protagonista de la historia. “Si no la hubiéramos traído nos la hubieran pedido, dice la líder la del grupo.
Una película basada en la vida real, que duró más de dos años en pruebas y ensayos, fue lo que montó una familia colombiana residente en Medellín, conformada por cuatro personas, entre ellas un menor de edad, que en 2021 decidió hacer el trámite para obtener la visa de turismo, con la idea de irse a pasear 15 o 20 días a los Estados Unidos.
La travesía del trámite tenía como objetivo llegar a la ventanilla del cónsul en la embajada estadounidense en Bogotá para obtener la “Visa Americana” El reto era pararse frente a frente ante quien sería el encargado de hacer feliz a este grupo familiar, o sumirlo en la tristeza al no permitirle la entrada al territorio de la primera potencia mundial. Estaban decididos a someterse al bombardeo de preguntas sobre su vida de personal, familiar, laboral y financiera, mientras el corazón le palpita a mil por segundo, bajo la tensión de responder con firmeza cada uno de los interrogantes que le disparan desde el otro lado del vidrio.
Fueron dos años sometidos al mito y el leguaje criollo sobre el tema, caracterizado por la especulación, incluso de quienes se autoexcluyen, pues nunca se han atrevido a intentar este trámite. “Yo creo que no se las dan”, les decían algunos amigos y familiares pesimistas que se enteraron del estrés que tenían los Martínez (apellido ficticio) por la osadía de exponerse a que el consulado gringo en Colombia (Bogotá) los dejara con los crespos hechos. “Yo creo que sí se las dan”, decían, por el contrario, los familiares y amigos optimistas, mientras los aspirantes a un permiso para irse a gastar en la tierra del Tío Sam, alrededor de 25 millones de pesos, avanzaban en acopiar un arrume de documentos que, al cabo de casi 700 días, se asemejada al expediente del proceso 8.000, que tuvo contra las cuerdas al expresidente colombiano Ernesto Samper.
Mientras los Martínez esperaban que llegara la cita otorgada vía digital, para dos años más adelante, los nervios invadían a la familia, y se aceleraban a medida que se acercaba la fecha definitiva, prevista para la tercera semana de septiembre de 2023.
Como si se tratara de un proyecto cinematográfico, la familia preparó un libreto meticuloso, con actores naturales, es decir, los protagonistas reales de la obra: dos mujeres y un hombre que recopilaron y prepararon un cuestionario de más de 30 preguntas que podría hacerles el cónsul en la entrevista definitiva, a la que no fue necesario llevar el niño, por ser menor de edad.
Desde el comienzo, la estrategia consistió en no decir mentiras. ¿A qué van a los Estados Unidos? A pasear; ¿A dónde van a llegar? Donde una tía que lleva 30 años viviendo allá; ¿Cómo se llama la tía? Gloria. ¿Dónde vive? En Washington. ¿Quién va a costear el viaje? Entre todos, pues llevamos dos años ahorrando; ¿A qué se dedican ustedes? Todos trabajamos en diferentes partes (Cada uno explica su posición laboral); ¿Por cuantos días necesitan la visa? Por los 20 días que tenemos de vacaciones; ¿Alguna vez han visitado los Estados Unidos? Ella sí, nosotros dos lo haremos por primera vez; ¿Si usted ya tuvo visa por qué nunca la usó y la dejó vencer? Porque en esos días perdí el empleo, no encontré un trabajo estable y no conté con los recursos para viajar. Además, tuve una situación familiar que me impidió hacerlo; ¿Alguno de ustedes habla inglés? Ninguno; ¿Cómo me dijeron que se llamaba la tía de Estados Unidos? Gloria; ¿A qué se dedica ella en Estados Unidos? Trabaja en una cadena hotelera; ¿En qué cadena hotelera? En el Marriott.
El anterior cuestionario, y 15 preguntas más y sus derivados, fueron repasadas previamente por los Martínez, como si fueran a presentar el último examen de la vida. Todo estaba respaldado con la carpeta más gorda que alguna vez hayan tenido en sus manos, y que ni siquiera Fernando Botero se hubiera atrevido a pintar. “Solo nos faltó incluir los últimos tres recibos del acueducto en la megacarpeta de documentos más cuidada, protegida y delicada de nuestras vidas, dijo al portal www.economiaconedmer.com uno de los Martínez, mientras intentaba sostener el arrume de certificaciones, papeles y hasta la escritura de su vivienda, con la delicadeza y la incomodidad que implica llevar una papaya madura bajo el brazo.
Faltando 15 días para la fecha de la primera cita, compraron los tiquetes aéreos para viajar a Bogotá y contactaron a un tío que vive en esa ciudad para que los recibiera durante tres días. Con la estadía asegurada, las últimas dos semanas antes de la cita fueron de plena preparación. Pero a surgieron algunos inconvenientes. El único hombre del grupo, no estaba en Medellín, vivía en Neiva, por lo que al encontrarse en Bogotá, fue necesario hacerle una inducción rápida del libreto, pero él empezó a introducir algunos cambios o ajustes a las respuestas, enfocadas siempre en el fortalecimiento de los argumentos.
Entre risas y preocupación por la posibilidad de que se perdieran los cerca de 7 millones de pesos invertidos entre la solicitud de las citas, obtener copias de copias de documentos, tiquetes aéreos, taxis y el inevitable gasto hormiga, llegó el día y la hora del primer paso, es decir, estamparon las huellas y posaron para las fotos, cerca al aeropuerto de Bogotá. Como era el día sin carro, tomaron un taxi con suficiente tiempo de anticipación, pero el taxista se perdió y los dejó a dos cuadras del lugar. Finalmente, llegaron al sitio en la hora indicada, pero los devolvieron porque uno de los códigos de la solicitud de la cita correspondía a una persona distinta, que incluso ya se había presentado. Con los nervios alborotados ingresaron al sistema y lograron superar el impasse. Todo quedó listo para el día siguiente a las 7:30 de la mañana.
La megacarpeta era lo más importante del día. La líder del grupo prácticamente durmió con ella bajo la almohada para que no les fuera a quedar.
Al día siguiente llegaron a la sede de la embajada a las 7:00 am, y esperaron a ser llamados en el grupo de las personas citas a las 7:30 am. La megacarpeta parecía hacer parte del vestido de uno de los Martínez. No la soltaba ni para ir al baño.
Las seis manos de la familia sudaban y el corazón palpitaba aceleradamente, como si estuvieran haciendo fila para el juicio final. En las afueras de Washington, donde vive la tía Gloria con los hijos y su esposo, esperaban ansiosos la razón sobre el resultado del trámite. En Bogotá, el tío que los hospedó y su familia, hacían lo propio. Igual sucedía con los demás familiares que se quedaron en Medellín.
Hacia las 9:30 de la mañana timbró el teléfono del tío, y al otro lado se escuchó una voz plena de alegría: “Nos dieron la visa”.