Acorde con la eterna misión de los jóvenes de ser los reyes del futuro de cualquier sociedad, la transición energética es una de las tareas más estratégicas que este grupo poblacional tiene por delante. Quizás, alguna persona mayor de 60 años diga que esta es una responsabilidad fácil de cumplir, porque los jóvenes de hoy no son tan listos, pero son muchos. Yo no pienso así, pues creo que, por el contrario, son listos y son muchos.
Por ahora, el primer paso lo tienen cumplido. Ellos son muy conscientes de que el planeta necesita la mano del hombre para frenar su deterioro. Es más, esa tarea fue cumplida por quienes hoy son adultos mayores de 60, que se tomaron el trabajo de enseñarles a sus sucesores la importancia de proteger los recursos naturales y frenar el calentamiento global, aunque todo indica que esta meta se tomó más tiempo del debido, pues el mundo hoy está padeciendo las consecuencias de la intensidad y la frecuencia de fenómenos naturales como oleadas de calor, frío, lluvias, huracanes y otros embates de la naturaleza.
Este panorama permite ver con claridad las acciones que la sociedad, liderada por los menores de 50 y hasta de 60 años, debe implementar ya para prolongar unos cientos, miles o millares de años, la existencia del ser humano en su hábitat, es decir, la Tierra.
Una de esas tareas es la transición energética. Se supone que, en términos ambientales, esta debe enfocarse en evitar que el ser humano siga escarbando el suelo en busca de carbón y petróleo, o incluso de agua para que tengamos la energía que se necesita para mover el mundo, y lograr que gente tenga comida, empleo, bienestar y progreso, y se conserve o mejoren sus condiciones y calidad de vida.
Sin embargo, la tarea no consiste solo en producir energía solar, eólica u otras fuente inagotables y más amigables con el medioambiente. La siguiente tarrea debe enfocarse en reducir el consumo de productos altamente nocivas para el planeta e intensivas en materias primas extraídas del suelo, tales como minería, tierra, materiales de construcción y agua.
En consecuencia, llegó la hora de predicar menos y actuar más. No es posible que las nuevas generaciones odien la minería, pero no puedan vivir sin el equipo tecnológico de moda, como celulares, tables, computadores, dispositivos para juegos electrónicos, etc, sin importar los arrumes de basura no biodegradable que estos aparatos están generando, y que demandan cada vez más materias primas procedentes de la minería.
No es coherente que a las personas les encante la leche, pero odien la vaca; rechacen las industrias minera y petrolera, pero no dejen de demandar los productos derivados de estas materias primas.
En la transición energética se necesita coherencia. Por eso, con este artículo quiero preguntarles a los ‘ambientalistas’: ¿qué va a hacer el mundo en 20 o 25 años, cuando los paneles solares actuales, y las gigantescas estructuras de los molinos que generan la energía eólica, los cuales, en ambos casos provienen de la minería, hayan cumplido su misión y toque reemplazarlos por unos nuevos? ¿A dónde irá a parar esa basura energética?
Mi planteamiento no consiste en frenar la transición, sino en advertir que el remedio de la transición energética como se está haciendo actualmente, puede resultar más caro que la enfermedad, pues no acaba con la minería, y sigue acumulando desechos que nadie ha dicho cuál será su destino final.
Estamos usando minería para frenar la minería. Es como apagar el fuego con gasolina.
¡Ahí les dejo la inquietud!