La llegada del Papa Francisco a Lisboa, Portugal, no solamente un acto religioso, sino un evento económico y social de grandes proporciones para los ciudadanos, las empresas, el comercio y el turismo local.
La presencia de más de un millón de personas procedentes del exterior en la capital portuguesa desató una oleada de consumo en la ciudad, que incluso hizo que muchos establecimientos comerciales que tradicionalmente cerraban sus puertas durante esta temporada de vacaciones, a propósito del verano, permanecieran abiertos esta semana, para atender la demanda de productos y servicios, especialmente alimentos, hospedaje, almacenes de ropa y calzado, transporte aéreo y terrestre y comunicaciones, entre otros.
Miles de personas, cuyas edades no superaban los 40 años, con algunas excepciones, literalmente invadieron andenes, calles, parques y centros turísticos de Lisboa. Si alguien no se enterara de que por estos días el Papa Francisco estuvo de visita en la ciudad, no dudaría en decir que la capital portuguesa es la ciudad de las filas, porque en cada esquina, negocio o restaurante hay aglomeraciones de personas requiriendo productos y servicios. El transporte púbico, que en tiempos normales es suficiente para movilizar a los casi 600.000 habitantes y 2,5 millones de personas más del área metropolitana, lució esta semana atiborrado de pasajeros, mientras que otros esperaban un turno en el metro, el tranvía, los buses urbanos e intermunicipales, los taxis, Tuk Tuk, patinetas, bicicletas, Uber, Cabify y Bolt, entre otros.
Aún así, Lisboa no se percibió como una ciudad caótica, sino alegre y segura. De hecho el alcalde de la ciudad, Carlos Moedas, en la previa a la llegada de Francisco, les ofreció excusas a los habitantes de Lisboa y a los visitantes, por las incomodidades que la visita del Papa podría ocasionar.
Ciudadanos de todo el mundo, que portaban banderas de sus respectivos países, llegaron a Portugal por todos los medios. América Latina tuvo una gran representación, liderada por mexicanos, brasileños, argentinos, chilenos, colombianos, ecuatorianos venezolanos y algunos centroamericanos.
Mientras todo esto sucedía en las calles de Lisboa, el Papa Francisco reflejaba en su rostro plena felicidad por la respuesta de los jóvenes a su llamado para este gran encuentro mundial, en el que su mensaje central fue: «La iglesia tiene espacio para todos».
El balance de este acontecimiento es un solo: la energía y el optimismo que irradia el jefe de la iglesia católica no deja dudas de que «el Papa Francisco estuvo aquí».